¿Qué hacer si mi hijo no es bueno en los deportes?
Cuando era niño, mi mejor amigo no era muy hábil en los deportes. A mí en cambio me encantaban, no destacaba en ellos, pero los disfrutaba mucho. Él prefería actividades más sedentarias, de las que yo también disfrutaba. Sin embargo, su madre no aceptaba que no fuera deportista. Recuerdo claramente como nos comparaba y me pedía que lo ayude, que le enseñe, que lo incite a practicar algún deporte. Yo siempre dispuesto y feliz de hacerlo, al mismo tiempo él se esforzaba mucho. Pero lo odiaba, me decía que no le gustaban los deportes, que no era bueno en ellos y no tenía sentido seguir intentando, lo entendía. No obstante, el tema no era solo que no le gustaran los deportes, sino que no era hábil casi para ningún tipo de actividad física. Además, esa “inactividad” sumada a sus malos hábitos alimenticios, hacían de él una persona vulnerable a la presión social, la que incluso llegó a vulnerar nuestra amistad. Si bien ahora no tiene problemas de esta índole, no podemos negar que fue un tema importante durante su infancia.
Así como él, hay muchos otros que por no ser “talentosos”, atraviesan momentos duros y difíciles de soportar. En ese sentido, es cierto que los deportes y en general la actividad física en el proceso de socialización durante la niñez, son fundamentales. Sin embargo, un deportista, no necesariamente es alguien que demuestra destreza en la práctica. Basta con dominar medianamente bien sus movimientos y disfrutarlo para poder practicarlo.
El deporte debe aprenderse, uno puede nacer con genes, que favorezcan el desarrollo psicomotor, sin embargo, no conozco ningún tipo de predisposición que nos impida practicar algún deporte. Si no, veamos la historia de Gabriel Muñíz. Con esto quiero decir que el problema no radica en la habilidad motora, sino que debemos encontrar el deporte que nos guste y practicarlo de la manera que nos acomode. No debemos ganar una medalla, ni ser un experto para disfrutar y beneficiarnos con sus bondades.
¡Todos somos deportistas!
Por: Manuel Beltroy, Psicólogo deportivo – Centro Semilla