El andador muchas veces se aparece ante nosotras como una maravilla de la modernidad, como el salvador de nuestras preocupaciones, “ya, lo pongo en el andador y listo”, pensamos que así se encuentra entretenido, seguro, y que aprenderá a caminar como por arte de magia. Así que metemos los niños al andador y los dejamos ahí horas de horas, pero ¿qué es lo que pasa?
En primer lugar, el andador impide al niño tener el contacto directo con las cosas ya que está rodeado por el aparato, no se puede tirar al piso, agarrar algo, echar, sentar, ponerse boca arriba o boca abajo, simplemente está ahí, con una barrera entre él y toda su experiencia. No puede ver sus movimientos, no está acostumbrado a caer, es decir, no sabe como caer, y se le impide gatear e intentar pararse de manera natural. Muchos padres piensan que con el andador los niños aprenderán a caminar más rápido, sin embargo, en muchos casos los andadores retrasan el desarrollo de ciertas habilidades motoras, incluida la habilidad para caminar. Por otro lado, por más seguros que pensemos que son estos aparatos suelen causar varias caídas y lesiones en los niños.
Así que volvamos a las costumbres “antiguas”, dejemos a los niños aprender a su ritmo, debemos permitirles explorar, caerse, pararse, dar sus primeros pasitos sintiéndose libres y no rodeados de plástico. Verán que así la experiencia será mucho más rica, mucho más completa y proveerá mayores habilidades para el desarrollo motriz en el futuro.
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